Una pelusa dorada
August 13, 2006
¡ワアアア!
Despierto un poco hambriento, me rasco detrás de las orejas, no tanto porque algún cuerpo extraño se ubique en este sitio o porque algún insecto quiera hacerme formar parte de su festín, sino más bien por costumbre: despertar, rascarse, es así como funciona. Los bostezos acompañan el lento despertar, un bostezo más, me estiro y como nuevo, listo para holgazanear el día de hoy. Camino un poco y un pájaro llama mi atención, estoy seguro de que lo escuché, pero no logro verlo entre los árboles. ¡Estúpidos árboles! Al menos sirven para afilar las garras.
Sigo mi camino y sigo observando de reojo los árboles por si veo al pájarraco ese, sería divertido encontrarlo. De pronto veo un rayo de sol que se cuela por entre las ramas de los árboles y dibuja figuras caprichosas en el suelo, pero lo interesante no es lo que este rayo dibuja, ¡no! Lo realmente interesante es el esplendor maravilloso de cientos de miles de pelusas cayendo, parecen guiadas por la luz que las obliga a acercarse al suelo y ellas se resisten, luchan y aprovechan cualquier ráfaga de viento para emprender nuevamente su camino al cielo. Una de las mejores cosas de la vida es poder ver a las pelusas cayendo, contemplar su ir y venir en el camino de luz, fijar la atención en una de ellas y encontrar su destino, algunas luchan increíblemente por horas antes de ser derrotadas y otras aprovechan cualquier descuido para salir volando y perderse en él lugar más inimaginable.
El viento empieza a soplar, la batalla de las pelusas va a ser muy interesante, llevo un corto rato viéndolas, prestó atención a una de estas pelusas y mágicamente cae enfrente de mí, como si mi mirada la hubiera condenado al suelo. Es extraño, luce diferente a las demás pelusas, la observo un poco, la tomo entre las garras y cuando me acerco a olfatearla recuerdo la comida. Yo me dirigía a comer antes de las pelusas. La pelusa queda nuevamente en el piso y yo me dispongo a ir por el alimento del día de hoy.
Toco la puerta como siempre y espero un poco a que sea abierta. ¡Allí está! ¡Lo sabía, esos paquetes eran para mí! Ayer ví cuando los traían, sabía que debía haber algo para mí. Impacientemente espero a que me sirvan, ¡huele muy bien! Empiezo a comer, no esta tan bueno como pensaba, pero no me quejo, tengo hambre y es comida nueva. Mientras como voy pensando en varias cosas: la pelea de ayer, los paquetes, el colibrí, las pelusas, aquel agujero en aquella casa, el ratón blanco que creí haber visto, el pájaro que escuché, las pelusas nuevamente, la pelusa que dejé. Estoy seguro que era diferente, tenía… , tenía… ¡otro color!
Un sentimiento extraño me invade, ya no me importa la comida, solo pienso en la pelusa, sé que era diferente: ¡era dorada! Jamás había visto algo así, no se cómo pude dejarla allí, dejo la comida y salgo corriendo en busca de aquella rareza que ahora se ha convertido en un preciado tesoro y que no puedo dejar. Vuelvo a ver la luz que se cuela entre los árboles, volteo hacia el suelo y allí está, inmóvil, como si hubiera estado esperándome todo este tiempo. Dando muestras de mi gran agilidad corro rápidamente hacia ella y estoy seguro que en un salto velóz la tendré de nuevo entre mis garras. Pero, la pelusa se aleja, parece que sabía que me avalanzaría sobre ella. Se quiere poner difícil, pero yo he de demostrar mis habilidades en la cacería, una pelusa no puede escapar de mí tan fácilmente.
Varios intentos de tomar a mi presa la han alejado cada vez más de mí y se va escondiendo en lugares más difíciles de llegar, he tenido que pasar por entre las rosas, algunas espinas se han clavado en mis patas y en el último salto parece que me he lastimado más. Me acerco lentamente, ya no puedo seguir corriendo tras esta presa que se anticipa a cada uno de mis movimientos, estoy cada vez más cerca y la pelusa no se mueve de su sitio, estoy frente a ella, solo tengo que estirar ligeramente una pata para tenerla de nuevo, pero no lo haré. He comprendido que cada uno de mis movimientos produce un ligero viento que es suficiente para hacer que se aleje, así que me quedaré aquí, contemplando esta pelusa dorada hasta que el viento decida alejarla definitivamente de mí y yo pueda observar su ascenso.